mayo 25, 2010

Martes

Han pasado 7 réplicas desde el terremoto del Miércoles, aunque ninguno tan fuerte como ése.

Se ha formado una brigada de voluntarios de la colonia para examinar los edificios departamentales del barrio, para garantizarle a los vecinos que pueden regresar a casa con toda seguridad. Sentí que era mi obligación. Mi edificio no había sufrido más que daños superficiales, la estructura salió intacta.

Me sorprendió encontrar a algunos un par de compañeros del bachiller en la brigada. No eramos más que trece personas en el grupo, asesorados por un capitán de bombero que resultaba vivir en la misma calle que yo. Después de una instrucción rápida y al grano, el grupo se aventuró a los distintos complejos departamentales.

Al organizarnos en pequeñas cuadrillas, revisando departamento por departamento y evaluando las distintas marcas, grietas e integridad, marcábamos en las puertas con una linea azul las viviendas seguras y con una roja las cuestionables. Cuando estábamos a punto de terminar con el último edificio, se dio una octava réplica.

El edificio se tambaleó y algunas paredes cedieron por el brusco movimiento de la tierra. Cuando el polvo se asentó, empezamos a llamarnos para saber si alguien había resultado herido. Nadie se esperó que el señor Urquidi sufriría un colapso nervioso acompañado por un infarto.

En la cuadrilla no había ningún médico, y el capitán de bomberos no estaba cerca. Mientras que uno de mis compañeros del bachiller, creo que Juan o algo así, no paraba de gritar y ponía nervioso al grupo, yo no podía dejar de ver al viejo. Se había paralizado, y mantenía una mueca de dolor, con los ojos fijos en mí, como si me rogara que hiciera algo, cualquier cosa. No podía dejarlo así como así.
Mandé a Juan a que buscara al capitán, o que buscara ayuda, una ambulancia o lo que fuera. Organicé entonces a los que pude despabilar y obligarlos a actuar. Gritaba ordenes, que ahora que lo pienso, no tengo ni idea de donde lo saqué. Actuando como un verdadero equipo de para-médicos, logramos estabilizar al señor Urquidi.

Al llegar el capitán de bomberos, seguido por Juan y un par de verdaderos para-médicos, al ver el espectáculo que orquestábamos, donde yo daba masaje al corazón. Cuando los expertos abandonaron el lugar, con el viejo estable y bien, el capitán me felicitó y me preguntó dónde había tomado cursos de primeros auxilios.

La pregunta me dejó frío, ya que no tenía una respuesta a eso. Mi cuerpo se había movido casi por su propia voluntad, como si supiera exactamente qué hacer, y como moverse. Lo único que pude responder, por los nervios y por no parecer un completo idiota, “lo vi en televisión.”

Con una carcajada y una palmada en la espalda, el capitán me prometió hablar con sus superiores en caso de que el cuerpo de bomberos necesitase un par de manos hábiles. Lo extraño del asunto no es que actuara de forma perfecta durante una situación de crisis, ni siquiera ser un experto en primeros auxilios cuando fuera necesario, sino el hecho de qué la broma sobre verlo en televisión bien podría ser lo más sincero que pude decir en ese momento.

Y justo ahora, mi dolor de cabeza se ha intensificado. ¿Qué me está pasando?






Esta entrada y el resto de las de éste blog forman parte de una partida de blogplaying. Todo parecido con personajes o situaciones reales es puramente circunstancial. Encontrarás más información en www.trasgotauro.com

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